Desde los primeros rituales que nos dan la bienvenida al mundo como parte de la ideología religiosa, el agua sobre la frente, el vestuario blanco, el aplauso familiar, comienza a trazarse una línea invisible pero firme. Una línea que no se detiene, que avanza, que asciende. Bautizo, comunión, graduación, título. Una secuencia de actos que no solo celebran, también certifican. Cada paso marca una entrada en el sistema, una validación, un progreso medido y acumulativo. Como si vivir fuera escalar. Como si educarse fuera obedecer una ruta vertical en la que el valor de la persona se construye con diplomas, uniformes y fotografías colgadas en la pared.